21 de enero de 2009

Nivel 12: La carta.

La tarde cae a medida que cabalgamos hacia la frontera de Península de Fuego Infernal, para llegar hasta Tormenta Abisal, debemos atravesar Marisma de Zangar, un lugar pantanoso y lúgubre, teñido de una pegajosa humedad esmeralda. La última noticia que hemos tenido es que los goblins del accidente se han marchado, jurando venganza a la Horda.

- Deberíamos volver al zepelín – propongo. Mis compañeros giran al unísono la cabeza para mirarme con los ojos llenos de sorpresa.

- ¿Qué? – exclaman ambos.

- No me creo la historia – digo, como si fuera un argumento válido.

- No zé… - Kirkhe parece algo nerviosa ante la idea de ir al lugar del accidente -, zi nos ven po’ allá quizáh tengamoh problemah.

Las dos miramos a Necrodoom, esperando su respuesta, la que decidirá lo que hacer.

- ¿No íbamos a buscar a Sirom? – pregunta, aparentemente complacido por abandonar la búsqueda incluso antes de empezar.

El zepelín caído sigue pareciendo un monstruo derribado ante mis ojos, nadie ha recogido las piezas esparcidas, parece un vertedero. Noto en mis pezuñas pequeñas esquirlas de metralla que me arañan, sin duda, debió de ser un accidente horrible. En cuanto nos acercamos más noto la presencia de alguien cerca del zepelín, y pronto aparece, recortada por el sol del ocaso, la figura de un elfo de sangre, diminuto y delgaducho, con el pelo del color del maíz.

- ¡Eh, tú! – le grita Necrodoom - ¿Quién eres?

El elfo le mira, divertido, con los ojos brillantes de sed de maná. Cuando contesta a mi amigo, el elfo articula pomposos gestos con las manos y el rostro.

- Me llamo Elythus de Brisazul, y soy de la Guardia de los Arúspices.

La voz del elfo no se correspondía con su rostro afilado, sus ojos de rata, y mucho menos, no correspondía con esos extraños ademanes tan refinadamente exagerados. Un Arúspice aquí significa que las cosas van peor de lo que cabía imaginar, pues sólo acuden cuando se trata de extinguir alguna especie o cosas así. Sea lo que sea, no es una buena señal que haya un Arúspice aquí.

El señor de Brisazul nos interroga, y formula preguntas de toda clase, desde nuestros nombres hasta los de nuestra familia, y sobre todo, quería saber qué hacíamos allí.

- Así que – el elfo hablaba con pedantería y mal talante -, los goblins os contaron lo ocurrido voluntariamente.

- Exacto – Necrodoom, crispado, había resuelto ser el portavoz del grupo.

- Hemos encontrado cosas extrañas en el zepelín – empieza el Arúspice-, como miembro de seguridad de los Arúspices, era mi deber examinar todo el zepelín, más bien, lo que queda de él.

Parece divertirle el accidente, pronunciando de forma irónica las últimas palabras. Sin duda, encuentra en todo este caso un humor que pasa desapercibido para mí. Pronto, el elfo, el Guardia de los Arúspices con aires de príncipe, consigue que le odie.

- Y en las entrañas de esta monstruosidad he encontrado el cadáver de una segunda persona, en la zona de carga – hace una pausa, esperando a ver nuestra reacción, que no aparece, y se limita a seguir hablando -. Un tauren joven al que habían torturado hasta la misma muerte y al que, sin duda, debieron robarle. Sólo encontré un pequeño papel ajado y amarillento en una de sus mochilas.

A medida que el elfo va interrogando a Necrodoom y a Kirkhe, sus ojos se van oscureciendo, menciona pequeños detalles, divirtiéndose al ver nuestras caras cada vez que da una falsa noticia o, si son ciertas, noticias que no tienen relación ninguna entre ellas. Mis compañeros cuentan todo lo que saben del accidente: rumores, palabrería barata, noticias oídas a medias en la taberna… Finalmente, el elfo me observa con indiferencia, y sé que me toca ahora repetir lo que han dicho mis amigos, pensando en que era ridículo contar la misma historia una tercera vez, pero en fin, había que obedecer a la autoridad.

- Dígame su nombre, por favor – el de Brisazul se sienta en una enorme pieza rota del zepelín y me observa tomar asiento frente a él, en el suelo, procurando no clavarme ninguna astilla.

- Zharotina, de Mulgore – mis palabras hacen saltar al Arúspice como un resorte, y un escalofrío recorre mi cuerpo, temiéndome que soy sospechosa de algo que no sé.

- Bien, Zharotina de Mulgore, ¿cuánto tiempo llevas en Península de Fuego Infernal? – su voz deja escapar una pequeña nota de emoción, sin duda, por haber entendido algo que a mí se me escapa.

- Llevaré aquí cosa de un mes.

- ¿Y siempre has estado en compañía del no-muerto y de la trol? – se burla de nosotros a cada palabra que escupe.

- No me he separado de Necrodoom ni de Kirkhe en ningún momento – ahora es mi voz la que suena cortante.

- No se ofenda, Zharotina de Mulgore, pero está usted en una mala situación ahora mismo – me amenaza el guarda -, ésta es la nota que encontré en la mochila del… difunto.

El elfo rebusca en su bolsillo durante un minuto y me entrega un pequeño trozo de papiro:

Sirom, lamento haber tardado en contestar a tus cartas, pero no podía escribir. Necesito hablar contigo y contarte lo que ha ocurrido en estos tres meses de silencio. No puedo contarte más de momento.

Siempre tuya, Zharotina.

La leo incrédula, miro el reverso y en esmerada caligrafía está el nombre de quien debía recibir la carta, Sirom Stormwalker.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO >_< que no sea Sirom, que no sea Sirom T_T ¡escribe pronto lo que sigue por favor! -snif-

Anónimo dijo...

Breve pero muy, muy intenso. Impresionante!!!
Sigo a la espera del desenlace, estoy muy enganchado a la historia