2 de diciembre de 2008

Nivel 11: La caída del Zepelín.

Decido responder a la carta de Sirom, planteándome si debo explicar la ausencia de mis misivas, y clasificando en mi mente aquello que puede ser descrito en tinta, o lo que debe contarse cara a cara. Miro fijamente el trozo irregular de papiro amarilleado, asentado en una de las mugrientas mesas de la taberna, con el clamor de las conversaciones de los Hordas combatientes como música de fondo y Diente Agudo mordisqueando un trozo de carnaza entre mis piernas. Suspiro. Jamás habría imaginado que escribir fuera tan complicado, y menos cuando las palabras no son capaces de expresar todo lo que necesito decir. Cojo la pluma y la empapo de tinta, dispuesta a escribir con mi más esmerada caligrafía, cuando la visión de mi mano temblorosa e indecisa sobre el papiro me impacta. Mi pulso está desbordado, sujeto con la mano libre la muñeca que se agita incontenible sobre la superficie de madera, ¿qué me ocurre? Necesito mi pulso firme de antes no sólo para escribir, sino para el arte de disparar el arco con precisión. Dos lágrimas se escapan de mis ojos antes de tener tiempo siquiera para darme cuenta de que, otra vez, he empezado a llorar. Mientras mis pensamientos vagan entre los deseos de venganza y el temor de estar incapacitada para volver a la batalla, comienzo a escribir, ignorando el temblor de mis manos:

Mi amor, no recuerdo ya la última vez que te vi, y apenas puedo evocar tu suave pelaje abrazando mi cuerpo. El porqué de la ausencia de cartas no puedo explicártelo por aquí, perdóname, pero necesito contártelo en persona, es algo que no puede ser escrito en huecas palabras de tinta.

Releo las pocas líneas que llevo escritas y me parecen absurdas, cursis, las tacho y vuelvo a empezar:

Sirom, lamento haber tardado en contestar a tus cartas, pero no podía escribir. Necesito hablar contigo y contarte lo que ha ocurrido en estos tres meses de silencio. No puedo contarte más de momento.

Siempre tuya, Zharotina.

Paseo los ojos por las nuevas líneas escritas, quizás la ausencia de significado le otorgue a la carta inquietud y escueza a los ojos de Sirom tanto como a los míos. Aparto la silla para levantarme, las patas chirrían sobre el suelo de piedra, y salgo de la bulliciosa taberna hacia el buzón, sellando el sobre con la misiva en su interior. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando adelanto mi mano para introducir la carta en el buzón, en mi mente se activa una especie de mecanismo al recordar: algo pasa con los goblins… ¡Un barco goblin ha naufragado!... Los goblins se niegan a seguir instruyendo ingeniería… Retiro la mano rápidamente, sin llegar a echar la escueta carta, y me alejo del buzón, pues al fin y al cabo, son los goblins los que también se encargan del correo. Tal vez mi pulso falle, mas no mi instinto.

- ¡Tenemos que buscar a Sirom! – exclamo, entrando precipitadamente en el cuarto donde Necrodoom afilaba tranquila y pacientemente sus armas.

- ¿Ya has enviado la carta? – pregunta indiferente, con la atención fija en su espada deslumbrante y la piedra de afilar.

- ¿No son los goblins los que se encargan del correo? – le pregunto, esperando que vea mis sospechas, pero las rechaza en el acto. Se limita a alzar la mirada, sabiendo mi recelo, y me observa con sus vítreos ojos. - Naufragan sus barcos, Necro, han dejado de impartir ingeniería, y su comportamiento es más hostil que de costumbre, tú también has debido darte cuenta – le insisto.

Mi respiración no se calma, estoy agitada y no puedo dejar de pasear por el cuarto, inquieta.

- Quieres creer que fueron ellos – no es una pregunta -, es un suicidio enfrentarte a los goblins, Zharotina, y además – añade jocoso -, no sabía que los tauren fuerais vengativos.

- No quiero venganza – paro en seco mi paseo y le miro con dureza -, pero no quiero que se vuelva a repetir algo así… no quiero que le pase a nadie más.

El no-muerto me observa con una mezcla de sentimientos en sus ojos, habitualmente vacuos. Sé que su naturaleza le impide preocuparse por alguien que no esté unido a él, y que por norma desprecia a la gran mayoría; sin embargo…

- Eres mi amiga – comienza a hablar mi compañero -, eres una gran cazadora y una verdadera compañera, y te acompañaré hasta que encuentres a Sirom – hizo una mueca al pronunciar su nombre -, pero no es competencia tuya averiguar lo que está ocurriendo con los goblins, y no voy a ayudarte a hacer de detective, espía, o lo que haya pasado por tu peluda cabecita. Quizás sólo se hayan arruinado y estén desesperados.

- Necrodoom, esto es serio – replico, reafirmando mis sospechas -, ¿goblins arruinados? Eso es imposible, lo sabes, lo controlan todo: transporte, correo, comercio… ¡dependemos de ellos para todo, ¿no lo ves?!

Analizo mis palabras, y a la velocidad del rayo lo comprendo. Ellos son el eje central, tanto para la Alianza como para la Horda, ellos son los que todo controlan, sin ellos no podríamos viajar, sin su conocimiento no tendríamos armas de fuego, ni transportes, y sus ciudades se basan en la tregua Horda-Alianza dentro de sus muros.

- Zharotina tié razón – Kirkhe, jadeando apoyada en el umbral de la puerta, sofocada por la carrera, nos observa preocupada – Traigo malah noticiah: un zepelín z’aestrallao cehca de Rompeloma, uno de zuh goblin ta’herío grave y… acuzan a la Horda de cu’pable, de motín o de zecuehtro… er goblin tenía heridah como de cohnadas – explica, su voz es más grave de lo normal.

Me volteo hacia Necrodoom. La acusación a la Horda no le afecta mucho, al fin y al cabo lo que une a los no-muertos a nuestra facción es más un contrato de conveniencia que de honor y familiaridad. Mi amigo me mira, sus ojos muestran que su determinación anterior flaquea, por algún motivo.

- Sirom está en Tormenta Abisal – comenta.

- Sí, deberíamos ir…

- …antes de que llegue a Área 52 – me invade el temor al comprender sus palabras. Área 52 es una ciudad goblin, y tienen sus cañones apuntando a la Horda.

Salimos al alba, como es habitual en todo aventurero, y antes de dirigirnos a Tormenta Abisal, nos desviamos hacia el sur para investigar el accidente del zepelín. El amanecer despunta por el Este, y agradezco tener un pelaje espeso que me proteja del frío nocturno del desierto. En cambio, Kirkhe se encoge sobre su montura, un raptor algo más pequeño que el mío, de brillantes escamas del color del sol, arropada por una gruesa capa. Al educarse en la sombría Marjal Revolcafango, su piel azulada no ha sido curtida por el Sol de Durotar como la de los otros trols, sino que es fina y suave, y no soporta las bajas temperaturas. Y como siempre, Necrodoom permanece impasible, y encabezando nuestra pequeña comitiva, nos guía hacia el lugar del accidente, que como bien había dicho Kirkhe, estaba cerca del Poblado Rompeloma.

La escena provoca que se me ericen las crines de la nuca: el monstruoso zepelín ocupa nuestra visión, desperdigados trozos de madera y grandes tuercas de metal a su alrededor, una visión espeluznante. ¿Quién no ha viajado nunca en zepelín? Podríamos haber sido nosotros los que viajáramos en él cuando sucedió la desgracia. Me acerqué al imponente artefacto, lo que había sido el suelo del transporte estaba salpicado de sangre, cubierto de abolladuras y… marcas de herraduras, sin duda. Aparté la vista, sin poder imaginarme a ningún tauren capaz de un crimen así.

- ¿Qué pasa hordas? – gritó una voz aguda y desagradable - ¿Habéis venido a terminar con nosotros?

- ¡Escoria Horda! – chilló una segunda voz igual a la anterior, escupiendo a nuestros pies.

- Sólo queremos saber… - intento explicarme, pero no me dejan hablar, empezando a gritar y a aullar como si estuviéramos matándoles.

- Callaos ya – Necrodoom, en frente de ambos goblins, les apunta a ambos con el filo de sendas espadas -. Vais a contarnos lo que ocurrió y no os pasará nada.

Los goblins se miraron entre ellos. Pequeños y de color verde sucio, calvos los dos, manchados de aceite y hollín, nos miran con repulsa y odio. Sus ropas presentan manchas de oscura sangre seca, y el montón de chatarra amontonada a un lado de la pareja indica que han pasado todo este tiempo recuperando los restos del zepelín.

- No vamos a hablar, no-muerto – desafió el primer goblin -, a menos que nos recompenséis con oro.

Goblins, ambiciosos y codiciosos a más no poder, soberbios, desafiando a la Naturaleza con sus artefactos voladores, haciendo de la caza un arte sucio con sus rifles y metralla de acero. Controlan todo y nos manejan a su antojo, por igual Horda y Alianza, el oro es el mismo, y lo más importante para ellos.

- Conformaos con seguir vivos – amenaza Necrodoom, con una burlona sonrisa en sus labios.

Uno de los goblins se sienta tranquilamente, ignorando la espada que le apunta, y comienza su historia. El capataz del zepelín había asistido a una extraña reunión de la que había vuelto ansioso y sudoroso, según el goblin, no les contó qué había ocurrido ni con quién había hablado, pero estaba claro que no era nada bueno. El goblin, un subordinado sin importancia para el capataz, presumía de ser astuto y de adivinar lo ocurrido: el capataz había sido amenazado por ese con que se había reunido, y un capataz sólo teme por una cosa, el zepelín a su cargo. Imaginó que su capataz se había negado a la petición del otro por la prisa que mostró por querer zarpar cuanto antes, pero no tuvo suerte. Cuando el zepelín ya se estaba poniendo en marcha, un gran tauren de oscuras crines saltó al interior de zepelín, amenazando a los tres goblins de su interior con armas creadas por los de su propia raza, de un alto nivel ingeniero y de formas extravagantes. “¡No comerciaré con vosotros nunca, y jamás obtendréis mi zepelín!” – había gritado el capataz, asustando a sus subordinados, y giró las palancas en un movimiento suicida, el zepelín caía en picado y se abalanzaba contra la tierra. Fue una lucha sin cuartel, explica el pequeño goblin, el zepelín subía y bajaba según quién era capaz de llegar a las palancas. El tauren, con el vaivén, perdió el equilibrio y, sin saber muy bien cómo, hundió sus cuernos en el pequeño cuerpo del capataz. Éste, con su último aliento, juró al tauren que moriría con él, y otra vez accionó la palanca. El zepelín se precipitó hacia la tierra y esta vez no hubo quien lo evitara.

- ¿Y el cadáver del tauren? – pregunto, conmocionada.

- Cuando despertamos, no había cadáver más que el del capataz.

Dejamos a los goblins en paz, con sus vidas a salvo y sin dejarles propina, y nos encaminamos de nuevo a nuestro destino en Tormenta Abisal, en silencio y sopesando la historia del goblin. El cielo raya el gris de la mañana, la temperatura va aumentando, y todo en Terrallende parece indiferente al negro futuro que se cierne sobre nosotros.

7 comentarios:

Sûten dijo...

Grandísimo. Simple y llanamente magnífico

Unknown dijo...

Como siempre, genial.

Nevuroy dijo...

Impresionante. Acabas de ganarte un nuevo lector.

Un saludo desde 'Focus DPS, que cae'

Anónimo dijo...

Cada post me gusta más... Me tenéis enganchada totalmente!

Anónimo dijo...

Espero que esto no acabe nunca u.u

Zharotina dijo...

Jajajajaja, me halaga mucho, pero alguna vez tendrá que acabar xD Pero tranquila, que aún queda mucho, y además, tenéis que mandarme dibujos para la portada!! :DD Me alegro de q os guste ^^.

Anónimo dijo...

Bueno, después de estas semanas lejos de la blogosfera te he dejado la última porque quería saborear la historia como se merece :D

Siento el retraso en el post, sigue escribiendo, la intriga goblin me tiene enganchada... Blizzard tendría que sacar ideas de ti!!!