1 de noviembre de 2008

La Sombra Roja

En lo alto de la torre del zepelín de Entrañas, el viento soplaba con más fuerza de lo normal, aullando entre los árboles de lóbregos colores. Me ceñía la capa alrededor del cuello, intentando ignorar el frío, mientras Necrodoom parecía indiferente y Sirom se esforzaba por mantenerse erguido, a pesar de que también sufría las bajas temperaturas.
Algo en el ambiente lo enrarecía, y mi instinto me instaba a abandonar cuanto antes esa ciudad maldita, y sin embargo, algo más profundo e irracional se debatía por quedarse y ser parte de esa extraña magia que fluía e inundaba aquel lugar.
- ¿Lo notas? – me preguntó Necrodoom, ignorando por completo a Sirom, como de costumbre.
- Es como si algo… emanara maldad – anunció Sirom, cortante.
No contesté, sabía que pronto se enzarzarían en una discusión que no llevaría a ninguna parte, como era habitual en ellos, y me dediqué a analizar esa extraña corriente que nos envolvía. Me concentré, oía mi corazón y, muy cerca de él, el leve aleteo que era el palpitar de Diente Agudo; seguí esforzándome, hasta sentir la magia de Sirom, ancestral, primigenia. No, era algo externo. Cerré los ojos con fuerza, dejando la mente en blanco, podía intuir a los diferentes animales que pastaban por los Claros de Tirisfal y a algunos viandantes distraídos, pero nada que llamase mi atención. Entonces algo me distrajo, dos humanoides corrían rápidamente desde el camino que llevaba a Rémol: dos hembras.
Sin avisar a los chicos, que como predije, estaban discutiendo, bajé corriendo las escaleras de la torre para reunirme con las dos chicas que venían y pronto las alcancé, eran muy jóvenes, una trol maga de pelo como cascadas de fuego, y una tauren druida de cortas trenzas. Estaban agitadas y parecían temerosas.
- ¿Qué ocurre? – les pregunté, de pronto me sentí ansiosa.
- Hay… un humano… - la trol balbuceaba, jadeante por la carrera -… un sacerdote, creo.
- ¿Un aliado? – Necrodoom y Sirom llegaron a mi altura - ¿Dónde?
Los ojos del guerrero se encendieron ante la posibilidad de la batalla, y Sirom tampoco parecía disgustado por la noticia, sin embargo algo me decía que un humano corriente no causaría ese pavor.
- Está cerca de Rémol – la tauren con trencitas habló temblorosa.
- ¡Llévanos hasta él! – exigió Sirom, añadiendo muy pagado de sí mismo - ¡Yo me encargaré de él!
Seguimos a las chicas, la maga, que respondía al nombre de Kirkhe, estaba emocionada ahora que íbamos con ellas, pero la tauren, Nauhun, daba la sensación de querer salir corriendo en cuanto tuviera la más mínima oportunidad. Me sorprendió la facilidad con que Kirkhe entabló conversación, era muy animada y, a pesar de la conmoción que parecía sufrir antes, caminaba entre saltos, parecía que bailaba.
- Pueh caminábamoh por Rémol pohque Nauhun buhcaba plantas, ¿si? – explicaba la maga, con ese deje en su hablar que resultaba cómico a menudo – y entonce lo vimoh, ahí plantao, en el cementerio de Rémoh.
Al cabo de unos minutos de paseo llegamos al nombrado cementerio, donde un rastro de huellas conducían al mausoleo, que desprendía el aroma óxido y salado de la sangre, las lápidas que nos rodeaban estaban arañadas y se apreciaban extraños escritos que nada tenían que ver con los ritos funerarios humanos. Lo comprendí al instante: el flujo de magia, inusualmente gélido y escalofriante, provenía de dentro del mausoleo, cuyas paredes de mármol blanco presentaban, como las lápidas, arañazos y extraños trazos grabados, dibujos de líneas que, superpuestas, formaban una estrella de cinco puntas, invertida, y cómo no, más salpicaduras de sangre. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Necrodoom encabezó la fila mientras bajábamos las escaleras del monumento funerario, que se extendía por el subsuelo a través de largos pasillos; a medida que los corríamos podíamos apreciar el olor a moho y a humedad, no, había algo más, la presencia de la que emanaba esa maldad a la que se había referido Sirom estaba esperándonos tras esos largos corredores.
Llegamos a una sala mortuoria, rectangular y estrecha, donde descansaba el difunto de la que fuera una familia adinerada; las paredes blancas estaban decoradas por horripilantes cuadros renegridos que representaban funestas imágenes de muerte y desolación, y de sus lienzos brotaban ríos de sangre espesa, caían al suelo como macabras cataratas y encharcaban la habitación. El miedo se hizo tangible en el ambiente, Kirkhe había dejado su cháchara y ni Necrodoom ni Sirom se mostraban ahora tan emocionados, por su parte, Nauhun lloraba, presa del pánico; yo tuve la certeza de que no saldríamos vivos. Salimos de allí entre arcadas.
Dimos con otro pasillo que nos condujo a la sala central, con un gran altar de piedra en el centro, donde se encaramaba lo que parecía un humano anciano y frágil, que devoraba el cuerpo inerte de una rata, la sangre del animal se filtraba por los dedos lánguidos y blancos del humano. Ciertamente, parecía un sacerdote, vestía una larga túnica plateada, salpicada por la sangre de sus víctimas, las cuales yacían desmembradas y desangradas rodeando el altar.
El viejo nos miró, sus ojos desenfocados estaban inundados por la locura, apartó la rata de sus labios y los frunció en una amarga sonrisa. De su garganta surgió un gruñido gutural que me erizó los pelillos de la nuca. No hubo que esperar demasiado, se abalanzó contra nosotros, rápido y ágil para su edad, intercalando poderosos hechizos con una daga que sacó del cinto. No fue fácil vencerle, poseía una fuerza comparable a la de Necrodoom, y su magia distaba de ser débil, parecía que provenía de lo más profundo del Averno.
Conseguimos derribarle, cayó al suelo con una certera flecha clavada entre los ojos, la túnica rasgada y chamuscada. Con su último aliento exhaló una misteriosa neblina, densa y oscura, que se elevó ante nuestros ojos atónitos y nos atravesó en su huida hacia la superficie. Sentí que algo se removía en mi interior al contacto con la diabólica niebla.
- ¿Está… muerto? – preguntó Kirkhe, que abrazaba a Nauhun, desmayada por el esfuerzo.
- Ya lo estaba cuando hemos entrado – afirmó Necrodoom, examinando detenidamente el cadáver, que se descomponía a una velocidad increíble.
- ¿Era como tú? – le espetó Sirom sin tapujos.
- No, él era un títere – explicó tranquilo -, esa neblina debía poseerle.

Tras el extraño encuentro con el sacerdote, decidimos seguir nuestro camino, aunque con un cambio de planes: nos dirigiríamos finalmente hacia las Tierras de la Peste, y Kirkhe y Nauhun nos acompañarían.
Al cabo de un par de días, todos olvidaron el incidente, aunque yo me mostraba recelosa, algo dentro de mí no funcionaba como antes, y no parecía ser la única. Nauhun, que había demostrado ser dulce y temerosa, se enfrentaba a los enemigos con una frialdad impasible, y Kirkhe había intentado hablar con ella mostrando su preocupación, con lo que se ganó una bofetada por parte de su amiga. No tuvo tiempo de pensar mucho en este detalle, al día siguiente la joven trol mostró una sed de sangre que me dejó estupefacta: mataba pequeños animalitos sólo por diversión, y como Nauhun, no mostraba piedad por nadie.
Mi amado Sirom se vio incapaz de contactar con la naturaleza, sus tótems ya no tenían fuerza, los espíritus le abandonaban y él no parecía apreciarlo. Sufría fiebres muy altas y deliraba entre sueños de sangre y violencia.
Poco a poco, notaba en mí esos cambios: la fruta que comía gustosa dejó de saciar mi hambre, y por más que bebía siempre tenía sed. Dejé de sentir esa pasión ardiente por Sirom; mi pelaje se volvió lacio, áspero, y mis crines blanqueaban por momentos. Mi preocupación aumentó cuando, en una de las comidas, la carne que Necrodoom degustaba se me antojaba apetitosa a pesar del asco que me daba hacía apenas unos días. Mi querido no-muerto seguía como siempre, él no parecía afectado en absoluto por lo que fuera que estuviéramos sufriendo mis compañeros y yo.
En un par de días contemplé, con absoluta pasividad, la muerte de Sirom. No comprendía cómo pude permanecer indiferente a su muerte, yo, que he atravesado medio mundo por él, le veía yacer, presa de las altas fiebres y la locura.
Nauhun, la más sensible y débil del grupo, no soportó más su estado. La encontramos muerta apoyada sobre un árbol, los ojos aún estaban húmedos de lágrimas y de su mano resbalaba un pequeño vial plateado, vacío, que antes contendría alguna sustancia similar a un veneno.
Ante la conmoción de ver el cuerpo sin vida de su vieja amiga, Kirkhe estalló en una ira irracional e imparable, ladeó la cabeza con los ojos idos, locos, y los dirigió hacia mí. Apenas pude comprender por qué sus manos concentraban toda su magia en una bola de fuego letal. No tuve tiempo para huir, ni siquiera para reaccionar y retroceder, la bola de fuego mágico impactó en mi pecho de lleno, impulsándome hacia atrás. Pero una estela roja brillante pasó por mi lado veloz como un rayo, Diente Agudo atacó a Kirkhe sin demora, desgarrándola con sus colmillos para protegerme de ella. Saqué mi arco y apunté, no fallé cuando disparé una única flecha a la maga, directa al corazón. Se derrumbó a las pezuñas de Nauhun.
No podría explicar por qué el latido de Diente Agudo me ensordecía, lo sentía palpitar en mis oídos, era muy molesto. Era un ruido atronador que aturdía mis sentidos. No quería seguir oyéndolo. Saqué un par de flechas más de mi carcaj y apunté al raptor de escamas escarlatas, tensé el arco y disparé. Dejé de oír sus latidos.
Me di la vuelta y vi a Necrodoom, su expresión era inescrutable. Por un lado podía ver la sorpresa en su rostro, el pánico y el dolor, y por el otro, la obligación de cumplir con su deber. No entendía por qué me observaba, casi con repugnancia, por qué desenvainaba su espada con la mano temblorosa mientras se acercaba a mí. Y entonces, lo comprendí: Nauhun se había suicidado al saber que era un monstruo asesino, Kirkhe sintió la pena y la rabia de la muerte de su amiga, y Sirom prefirió enfermar a aceptar ser un demonio. Todos habían sentido un momento de lucidez, como yo ahora, al darme cuenta de lo que he hecho, al terrible silencio que ha dejado en mi alma la muerte de Diente Agudo, mi fiel mascota, mi mejor amigo.
Lenta, pero firmemente, Necrodoom se acercaba a mí, la espada desnuda en sus manos, sus ojos anegados en lágrimas mientras avanzaba para terminar con mi tortura.
Caí de rodillas a sus pies, llorando con él, suplicándole en susurros que acabara con mi vida. Alzó la espada y yo clavé mis ojos en los suyos, de los que se desprendían dos lágrimas de dolor, insufrible dolor, en su rostro marmóreo.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Mañana más?
XD

Anónimo dijo...

Increible :o

Realmente no tengo palabras, me ha encantado tu relato, es fantastico, espero leer muchos mas porque fue realmente sublime. Enhorabuena ^^.

¡Un saludo!

PD: Tengo que decirlo >_< xD hacia tiempo que no leia algo tan bueno sin tener que pagar por ellos 20 euros y un hueco en mi estanteria =P.

Anónimo dijo...

Ma encantao O_O...!!

Anónimo dijo...

estoy enganchada o,o me encanta la narrativa, no puedo dejar de leer hasta que acabo. Más por favor!

P.D: Total /agree con aridiel