17 de octubre de 2008

Nivel 4: La Locura.

>> Galopábamos atravesando la densa oscuridad, Necrodoom a la cabeza, con su caballo monstruoso dejando una estela de polvo que levantaba del camino pedregoso. No volvió la mirada atrás ni un solo momento, y jamás dudó de qué camino tomar en las bifurcaciones, ni por qué atajo desviarnos, y curiosamente, raras veces se equivocaba, debía de tener un sexto sentido de orientación perfecta, al contrario que yo, que siempre me equivocaba de camino.
No paramos hasta llegar a un pequeño prado, el horizonte ya estaba tiñéndose de gris y suave rosa característico del amanecer, y el rocío coronaba las briznas de hierba y los delicados pétalos de las flores. Podía oír el clamor de los cadáveres andantes, los que no habían podido salvarse de la plaga que, por desgracia, afectaba también a la fauna local: osos en descomposición que deambulaban por allí, con heridas supurantes de sangre y veneno, con calvas en el pelaje sucio, ensangrentado. El olor era agrio, el hedor de la podredumbre que ascendía desde las granjas invadidas por aquellos no-muertos era insoportable, y aunque me tapara el hocico con ambas manos no era capaz de disimular el tufo. Diente Agudo, por su parte, estaba rígido, con el hocico arrugado, mostrando sus colmillos, amenazante.
- Menudo vertedero – murmuró Necrodoom, que contemplaba un montículo de cadáveres acumulados sin mucha aprensión. Claro, no necesitaba respirar, el hedor y el ambiente siniestramente empalagoso y dulzón de la muerte no debía afectarle.
- ¿Por qué tú no hueles? – le pregunté, cayendo en la cuenta de que él, más que hedor, desprendía un aroma almizcleño bastante agradable.
- Supongo que porque estos cadáveres están ya en un grado de descomposición muy avanzado y lo más probable es que estuvieran al aire libre, como éstos – explicó, señalando el túmulo de cuerpos inertes -. En cambio, a mi me enterraron con la confianza de que no me levantara. Y seguramente mi ataúd oliera a lo que huelo yo ahora.
Lo explicó sin mucha convicción, pero era mejor que nada, aunque ahora su aroma no me parecía tan atractivo. Sus ojos advirtieron mi recelo y se rió sin ganas, sonaba como si alguien arañara un violín en lugar de tañerlo suavemente.
- No te preocupes, no estuve mucho tiempo dentro de él – bromeó. No tenía gracia.

Algo se movió a mis espaldas, me giré con una rapidez extrema mientras me ceñí el pesado rifle al hombro, con los ojos fijos en lo que pudiera tener delante mía. Un inmaculado esqueleto se movía torpemente hacia nosotros, agitando los brazos con dificultad, y exhalando un aliento envenenado mientras, pensé, sonreía ante una presa como nosotros. No dudé, y a una señal, Diente Agudo se lanzó a por él, con Necrodoom que, cargando contra la criatura, desenvainaba la imponente espada a dos manos, cortando todo lo que se ponía en su camino.
Podía sentir cómo la bala salía disparada, silbando y vibrando al cortar ese aire enrarecido y espeso, que impactó limpiamente en el cráneo, atravesándolo y perdiéndose en el bosque.
Los siguientes disparos no fueron menos certeros. Pronto, ese extraño ser, vivo en la muerte, cayó desmadejado como un pelele al suelo de tierra y hierba. Miré a Necrodoom, que observaba atentamente a la, por segunda vez, difunta criatura. Sus ojos, a menudo vacuos, se mostraban ahora con un brillo de maldad, peligrosos, con la amenaza escrita en ellos y el sabor de la batalla en su amarga sonrisa. Supuse creer lo que pensaba: él podía haber acabado así, y supongo que algo debía removerse en sus entrañas cuando veía a estas criaturas. Eran totalmente distintos… es más, él era más peligroso, pues nadie le movía como a un títere, como al que acabábamos de derrotar.
- Dudo que esté muerto – dijo al fin, sobresaltándome -, no creo que haya estado vivo en años, para empezar.
Sus ojos seguían brillantes, expectantes, a la espera de una reyerta aún mayor, y le temí. Me observaba atentamente, como si se hubiera quitado una venda – la venda no era otra sino la muerte en sus ojos -, como si jamás me hubiera visto antes. Sentí que el miedo y la sangre se apoderaban rápidamente de mi rostro, y me alegré de que el pelaje suave y fino que cubría el mismo ocultase ambas cosas. Apartó la mirada rápidamente y sacudió la cabeza, intentando sacar algún pensamiento, que yo desconocía, de su mente. Poco a poco noté que me mareaba, y recordé entonces que debía respirar a pesar del temor que crecía en mi interior hacia mi compañero de armas.
Nos apartamos de ese campo de cadáveres y acampamos cerca del camino para almorzar mientras el sol alcanzaba lentamente su punto álgido en el cielo. Necrodoom, para no perder el hábito de alimentarse, devoró unos trozos de carne que había asado previamente, aunque no lo suficiente para evitar que la sangre chorrease, manchando su piel marmórea. Esa visión hizo que, definitivamente, me desaparecieran todas las ganas de comer.
Y así pasaron un par de semanas, donde ese conocido de Necrodoom, del que ni recuerdo su nombre ni su rostro, no hacía más que mandarnos una y otra vez que nos internáramos en aquel océano de destrucción y putrefacción. Mientras yo moría de asco y reprimía mis arcadas, mi querido amigo se divertía más que nunca y alimentaba su odio devorando aquellos cuerpos envenenados.
Di gracias a la Madre Tierra cuando ya no quedó una sola excusa para permanecer allí más tiempo, y recibí el aire límpido y fresco del Mare Magnum mientras lo sobrevolábamos lentamente de camino a Kalimdor. Hogar, dulce hogar, pensé feliz.
- Oye, Zharotina – la voz de Necrodoom sonó tan desgarradoramente amarga como de costumbre -, realmente, ¿a quién buscas?
Suspiré. Aún no sabía si quería responder esa pregunta, en cierto modo, no quería confirmármelo a mí misma.<<

No hay comentarios: