21 de octubre de 2008

Nivel 6: Contratiempos.

>> Es curioso como el tiempo pasa en la vida, a veces no es más que una neblina difusa, y sin embargo, hay acontecimientos que se quedan grabados a fuego en tu memoria, y me asustaba reconocer qué marcaba la diferencia. A pesar de mis rabietas infantiles, cada día me gustaba más aceptar misiones para personas a quien no conocía, y que me recompensaban por el trabajo bien hecho, y pronto el enfado que había enfocado hacia Sirom se convertía en uno de esos recuerdos nebulosos.
Aquel día amaneció nublado, era el tramo final: llegaríamos a Terrallende al anochecer, como muy tarde, y Necrodoom y yo habíamos decidido pasar la noche en la mugrienta taberna del Rocal antes del gran viaje. Mi compañero había pasado las dos últimas noches estudiando un par de mapas de la zona, brújula en mano, y dibujando en los mismos los posibles caminos que podríamos tomar sin peligro.
Mientras Necrodoom seguía ofuscado con los mapas (que para mí eran un completo galimatías), yo preparé las monturas. Até bien fuerte la improvisada cesta que había hecho para Diente Agudo, con cuero endurecido y armazón de metal, a la silla de montar y acto seguido instalé las alforjas, revisé los víveres – suficientes para una semana entera -, y comprobé varias veces que no nos faltara nada. Miré al monstruoso caballo esquelético de Necrodoom, con la silla bailándole en las sinuosas costillas inmaculadas, los cavernosos ojos desprovistos de expresión y vida, me atemorizaba y a la vez me fascinaba la cadencia de sus movimientos elegantes, como me ocurría con mi amigo. El caballo giró sus vacuos ojos hacia mí, aunque no sabía si me veía o simplemente me traspasaba con la mirada, concentrado en algo que yo no podía atisbar.
Suspiré, apoyándome en la fachada de adobe pintado de la taberna, y observé el desolado poblado mientras esperaba a Necrodoom. Ya había algunos que, como nosotros, se echaban las mochilas al hombro y se disponían a emprender su gran viaje al amanecer, muchas eran caras conocidas, ya que la gran mayoría tenía el mismo destino que nosotros. Me llamó especial atención una diminuta elfa que se arreglaba como podía el bajo de su túnica purpúrea, que se había empapado de barro y verdín, el pelo le caía como una cascada sobre su cara alborozada, y resoplaba seguidamente a modo de disgusto. Su compañero, otro elfo, pulía su ya demasiado brillante armadura de paladín, absorto en su tarea, ignorando a la chica, que ahora peleaba también por quitarse el barro de los lustrosos botines. A varios metros de distancia de la pareja, un trol con una espesa melena rojiza se reía de tan patética situación mientras jugaba hábilmente con una daga, haciéndola bailar en su mano derecha.
El poblado del Rocal presentaba la típica aldea amurallada de los orcos: casas bajas de barro cocido con planta circular, mucho instrumento de guerra, y el campamento de vuelo, donde los dracoleones bostezaban ociosos, encaramados en los grandes postes de madera a modo de nido. Esta pequeña aldea fue creada siglos posteriores a la caída del Templo de Atal Hakkar, sumergido en las aguas pantanosas por la Dragona Ysera, y la leyenda afirma que un extraño monstruo habita en el interior del templo, custodiando los tesoros que en él se encuentran.

- Bueno, ¿estás lista? – preguntó Necrodoom, emocionado por el viaje. Cada día se le veía más… vivo. Sus livianos pies apenas dejaban huellas en el suelo fangoso, que seguían las marcas de herraduras, que había dejado a mis espaldas el torpe caminar tan característico mío.
- ¡Por supuesto! – su energía resultaba contagiosa. Desde nuestra visita a las Tierras de la Peste ya no estaba tan absorto por sus propias cavilaciones, y descubrí que era realmente agradable hablar con él.
Monté a lomos de mi querido raptor negro, al que había bautizado finalmente como Latiguín, a riesgo de parecer cursi, e instalé a Diente Agudo en su nueva cesta, a mi diestra, y notaba en la nuca la mirada fija de Necrodoom.
- ¿Qué es esa cosa? – preguntó burlón, señalando con la barbilla la cesta en que ahora descansaba diente Agudo, que parecía igual de confuso, y se agitaba torpemente, incapacitado por la barrera de cuero.
- Es que… - me avergoncé de mis tristes argumentos -, me da tanta pena que vaya corriendo detrás nuestra…
- Es un raptor salvaje, está acostumbrado a correr – respondió Necrodoom cortante.
Notaba que mi sangre entraba en ebullición y se dirigía a mi rostro; aparté mis ojos ambarinos de sus pupilas, en las que veía mi rostro reflejado y carcomido por la vergüenza y la rabia.
- En fin – concluyó -, si lo aguanta, será un héroe.
Se rió de su propio chiste al tiempo que yo le fulminaba con la mirada.
Avanzábamos a trote ligero por la espesa selva, y pronto el paisaje se volvió repetitivo: árbol, árbol, charca, árbol, nube de mosquitos, charca, más mosquitos… el hedor del agua estancada era nauseabundo, y se entremezclaba con el ambiente húmedo del calor pegajoso que se adhería a mi pelaje, que cada vez se mostraba más lacio, y siempre acompañados por una espesa nube de insectos que revoloteaban sobre nuestras cabezas con su incesante zumbido, que cada vez me ponía más nerviosa. Echaba de menos el ambiente cálido – y seco – de Mulgore, e incluso el sol abrasador que azotaba Durotar, todo era mejor que ese ambiente bochornoso.

A la altura del medio día, cuando mi estómago ya rugía con fiereza, Necrodoom dio el alto y nos dispusimos a almorzar tranquilamente a un lado, a varios – y seguros – pasos del camino. Devoré casi dos raciones de fruta especiada, e intenté no mirar a Necrodoom, que más que comer, parecía que estaba asesinando las piezas de carne cruda que tenía entre sus delicados dedos de mármol. Para él, comer significaba pringarlo todo de sangre, y bastante tenía mi pobre estómago con soportar el olor a óxido del viscoso líquido escarlata en la batalla, como para tener que verlo todos los días.
- ¿Los no-muertos… - vacilé -, ¿necesitáis comer a menudo?
Siempre he sido muy curiosa, debo admitirlo.
- Lo hago por placer – explicó -, al volver, resucitaron conmigo tanto los sentidos como el raciocinio, y al ser libre de nuevo, puedo gozar del gusto. Por eso como, en realidad no tengo ninguna necesidad de nada, es sólo por placer.
Parecía algo obvio cuando lo explicó y me sentí tonta por mi pregunta. Pero él me observaba ahora con la misma curiosidad que había demostrado yo hacía unos instantes.
- Cuéntame algo sobre ti – exigió, parecía una orden.
Suspiré. En todo este tiempo sólo me había quejado acerca de Sirom, y sabía que él quería saber algo que no tuviera nada que ver con él. Rebusqué en mi mente, con el ceño fruncido, algún recuerdo que pudiera contarle.
- ¿Cómo es tu aldea? – preguntó. Era algo fácil de responder, o eso creí.
- Bueno, es muy bonita – le dediqué mi mejor sonrisa -. Está en las Llanuras Onduladas de Mulgore, muy cerca de Cima de Trueno, y siempre es primavera.
>> Todo en Mulgore es cálido y agradable, incluso la hierba, que es suave y de un verde intenso, y al atardecer, el aire se impregna del aroma del jazmín y el azahar, y en verano, los montes se cubren de romero y otras especias cuya fragancia bajan hasta el poblado. Las casas son circulares, con armazón de madera y la fachada es de cuero curtido y pintado, y suelen representar las grandes batallas y la Historia de los Tauren.
Necrodoom me seguía mirando de esa forma intensa, inquisitiva, que me incitaba a seguir hablando.
- Mi madre se llama Azahela, y soy idéntica a ella, excepto por el color del pelaje: ella es más oscura que yo, que tengo un pelaje totalmente blanco y las crines de color del chocolate.
- ¿Y tus ojos?
- ¿Qué les ocurre? – pregunté distraída, pensar en mi madre y mi hogar hizo que me entraran ganas de volver a Mulgore.
- Son de color del ámbar – declaró, mirándome directamente a los aludidos, lo que hizo que de nuevo la sangre se concentrara en mi rostro.
- E-eh, sí… - balbuceé tontamente.
- Nunca vi a ningún tauren con unos ojos como los tuyos, brillantes y tan vivos – Necrodoom se acercó peligrosamente, posando con delicadeza extrema sus dedos, ya limpios de sangre, en mi mejilla derecha.
Mi corazón palpitó con hiperactividad al tiempo que intentaba apartarme sin parecer grosera, me reí nerviosamente al coger su mano para quitarla de mi rostro. Estaba a punto de hiperventilar cuando decidió separarse y puso de nuevo esa distancia de seguridad entre nosotros. Respiré tranquila cuando lo hizo.
- Causaron sensación en el poblado – bromeé -. Son raros, en verdad.
Tras ese extraño comportamiento, Necrodoom no volvió a acercarse a mí tan bruscamente y yo me alegré de continuar el viaje y evitar los silencios incómodos. Me fastidiaba que se arriesgara a romper la extraña amistad que se había forjado entre nosotros, y aunque generalmente Necrodoom me gustaba, pues no tenía esa necesidad de llenar los silencios con cuchicheos innecesarios, había veces que conseguía hacerme perder toda la simpatía que sentía por él y me exasperaba su habitual falta de remordimientos cuando actuaba así.

Poco a poco, el lóbrego verdor de los árboles desapareció, dejando calvas desérticas en el paisaje, hasta que finalmente desapareció la humedad y la selva, dando paso a las Tierras Devastadas cuando ya la luna se alzaba orgullosa sobre nuestras cabezas, aunque las espesas nubes de arena y humo me impedían verla en su totalidad.
Noté a Diente Agudo agitarse en su cesta, gruñendo a algo que yo aún no había percibido, y haciendo uso de toda su fuerza bruta, estalló la cesta de cuero y saltó ágilmente, emprendiendo la carrera nada más tocar el suelo, y salió disparado hacia el oeste.
- ¡¡NO!! ¡DIENTE AGUDO! – grité desesperada.
Al intentar cogerle al vuelo caí estrepitosamente de Latiguín, rodando por el suelo hecha un lío de brazos y patas, pero conseguí incorporarme y eché a correr con toda la rapidez que mis pezuñas férreas me permitían tras mi mascota huidiza, ignorando los gritos de Necrodoom, que me llamaba desde más adelante.
Ni con toda la velocidad del guepardo conseguí alcanzar a Diente Agudo, que me llevaba mucha ventaja, y cuando le encontré, acorralado en el pie de un acantilado que se erguía amenazante, me percaté por fin de qué había incitado a Diente Agudo hasta el punto de hacerle escapar de mi lado. Me volví lentamente y allí estaban, cuatro miembros de la Alianza, entre los cuales había dos hembras: una humana de aspecto tembloroso, y una elfa, hija de la noche, que me miraba con la burla dibujada en sus ojos sin pupilas. Los machos, dos humanos, me miraban divertidos, saboreando la victoria. Desenvainaron sus relucientes espadas lentamente, conscientes de que era una presa fácil, y se disponían a jugar conmigo.
Me rodearon rápidamente, y dirigían hacia mí sus armas, y la humana, que me miraba con tristeza, se debatía entre tirarme algún hechizo o no. Intenté suplicarle con la mirada, pero sus ojos, del color del fango, delataban que no quería defraudar al grupo. La elfa me miraba con rabia, el odio ancestral le impedía concentrarse en otra cosa que no fuera conseguir mi muerte. Diente Agudo les rugía, preparado para el ataque, pero yo no sería lo suficientemente rápida para sacar mi rifle, no con cuatro aliados ávidos de sangre.
Sonreí tristemente mientras aferraba con las manos la lanza que llevaba ceñida a la espalda. Al menos, uno de ellos debía caer conmigo, les analicé rápidamente, la maga parecía muy vulnerable, aunque el instinto me decía que era la elfa la que debía llevarme conmigo al Infierno. El humano les susurró algunas palabras, aseguré las pezuñas a la tierra agrietada y me dispuse para el ataque. A una señal, los cuatro aliados se abalanzaron sobre mí con la fuerza de un ciclón.<<

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta Necrodoom! xD

Anónimo dijo...

Ojala y dure mucho tiempo esta historia.

Zharotina dijo...

Gracias a ambos por vuestro apoyo. Lunne, estoy dispuesta a conceder una entrevista para hablar de Necrodoom, por si quieres saber sus "secretos" xDD, y Smellian, la historia durará siempre que me lo pidáis xD, pronto estará el 7º, así que no os lo perdáis! ^^ Muchas gracias, os deseo unas épicas aventuras! ^^
V. Zharotina.