28 de octubre de 2008

Nivel 8: Mare Magnum.

No puedo decir que recordar por fin cada detalle de mi vida sea un alivio, ni siquiera una esperanza, es más bien una llama un tanto quebradiza de un pequeño fuego que me mantiene cuerda en esta prisión.
Tengo que escapar. No sé por qué estoy aquí encerrada, pero realmente no me importa demasiado ahora que tengo fuerzas para escapar, no hay nada que me ate a la lógica: sé que saltar por el hueco maltrecho y precipitarme al mar no es muy ingenioso, pero la puerta es maciza y me he astillado los cuernos al intentar traspasarla. Apenas la he magullado. Y no voy a quedarme aquí ni un momento más, no tengo por qué, si salto al mar enfurecido probablemente muera arrastrada por la corriente, y si me quedo aquí encerrada moriré de igual modo.
Y a pesar de todo, no tengo miedo. Quizás me he acostumbrado a desmayarme por las drogas de la extraña bebida, y a despertarme agitada con el corazón desbocado, y a recordar a mis amigos, a mis seres queridos, a Diente Agudo… ¡Diente Agudo! Puedo sentir su pequeño corazón latiendo cerca del mío, como un leve aleteo, si me concentro. La magia de la empatía entre cazador y mascota sigue latente, por lo que aún debe considerarme su dueña. Imagino, en una breve fantasía esperanzadora, que él también puede sentirme a mí, que me espera junto con Necrodoom y Sirom… si es que está con ellos. Suspiro.
En el horizonte, la luz desaparece, dando lugar al nimio fulgor plateado de la Luna, que dibuja extrañas figuras en el mar bravío, que sigue chocando contra mi celda de piedra, bajo mis pezuñas renegridas. Pronto estalla la tormenta anunciada por la blanca cresta de las olas, y pronto los rayos amenazan más allá del mar.
Me levanto decidida, temblando, no sé si de excitación o del frío que trae consigo la salada brisa del mar. Consigo encaramarme a la improvisada ventana, es lo suficiente grande para que mi cuerpo pueda salir por ella, y no hago esperar más al abismo. Primero la pata izquierda, paso la rodilla inclinando mi cuerpo hacia dentro para poder moverme mejor, y aseguro mi pezuña a una grieta; a continuación, me agacho todo lo que puedo, el hocico rozando casi el alféizar, y logro sacar mi cabeza, seguida de los hombros y la cintura, con las manos fuertemente agarradas a sendos lados de la apertura. Bien, sólo falta la pata derecha. Respiro hondo. Me siento estúpida, podría estar haciendo esto unas horas después, con el alba. Pero no, al alba es cuando llega el carcelero a traer la “comida”, no puedo arriesgarme a que me vea colgada del ventanuco y de que me capture de nuevo. ¡Ni hablar!
Muevo la pezuña que tengo ya afianzada en la pared exterior y compruebo que aguantará mi peso. En un acto reflejo, dirijo la mirada al abismo que se cierne bajo mi cuerpo, el vértigo me invade por completo y empiezo a temblar. Respiro hondo para intentar serenarme, con las olas chocando violentamente debido a la tormenta, disputándose mi cuerpo para el momento en que caiga irremediablemente. Mirar hacia arriba tampoco es agradable: acabo de salir de lo que parece una gruta subterránea a muchos metros de distancia de la superficie, que es la cima de un gran acantilado que abarca toda la noche. Lo sé porque oculta las estrellas sobre mi cabeza.
No hay vuelta atrás, me digo para convencerme, y apoyo todo mi peso en los brazos mientras saco la pata derecha. Los dedos, pegajosos y resbaladizos por la humedad, me tiemblan descontroladamente, y noto la roca que empieza a ceder bajo mis manos. Estoy fuera.
Debo actuar con toda la rapidez que me permiten mis miembros entumecidos: tanteo la pared rocosa con las manos mientras me muevo, con sumo cuidado, y asegurando las pezuñas a las grietas y rocas salientes. Poco a poco, voy avanzando, rodeando la pared rocosa.

Mis brazos están agotados por la tensión, y noto la sangre brotar de las yemas de mis dedos, gélidos y agarrotados sobre las rocas a las que se aferran. Mis pezuñas están doloridas y agrietadas, cada célula de mi cuerpo me suplica que descanse, que cese la tortura, ¿pero qué hacer? Estoy perdiendo las fuerzas por momentos, y apenas he avanzado sobre la pared de piedra. Intento en vano seguir con mi plan de rodear el acantilado, y cuando me agarro a una roca que sobresale cercana a mi mano izquierda, ésta cede ante mi fuerza, ya de por sí escasa, y se quiebra bajo mis dedos. Pierdo el equilibrio y no encuentro nada a lo que aferrarme. Las pezuñas no encuentran un apoyo firme y todo mi cuerpo es arrancado de la pared del acantilado, empujado por la gravedad.
La caída no es muy alta, pero sí terriblemente dolorosa y fría. Mi garganta se llena de agua salada, y mi hocico arde ante la privación del oxígeno. Soy arrastrada por la corriente, tal como temí, y noto mi cuerpo atacar una y otra vez las rocas, guiado por la insalvable corriente que me lleva, desmadejada, como un pelele, tirando de mi cuerpo con intención de partirlo en dos, sin piedad, sin remedio.
Mi último pensamiento es para Sirom, más allá de mi cariño hacia Diente Agudo o de la amistad que me une a Necrodoom, es su rostro el que añoro ahora más que nunca, tan cerca de la muerte como estoy. Me dejo arrastrar por la oscuridad, dejando que el agua inunde rápida y letalmente mis pulmones arañados por el salitre. Y así, me hundo en el abismo, en mi nueva prisión a partir de ahora.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

:O escribes muy bien, soy nueva visitando tu página pero voy a leérmelo todo :>
¡Sigue así!

Anónimo dijo...

Sinceramente increible, me tienes tan enganchada a la historia, que entro todos los días para leerlo.

Una admiradora

Unknown dijo...

Esto merece ser encuadernado te visito a menudo y sinceramente es de lo mejor que se escribe en el Blogroll Spanish... Felicidadesss!!!!